Autor/es: Hernán Casciari
Editorial: Orsai SRL
Encuadernación: rústica
Páginas: 256
Idioma: castellano
Dimensiones: 15 x 23 cm
ISBN: 9788415525189

A sus 26 años Casciari pasó una temporada en casa de su temible abuelo Marcos y aprendió, sin querer, que los enemigos pueden salvarte.
Sobre este libro
Al final de una adolescencia tardía, el autor vivió un tiempo en la casona de su temible abuelo Marcos y allí escribió relatos que salen a la luz por primera vez. Para Casciari empezaban doce meses alucinantes tras los que acabaría convertido, ya sin retorno, en un escritor. Para su abuelo, en cambio, comenzaba el último año de su vida.

Dice Casciari
«Mi abuelo materno me ayudó a ser un escritor, pero su intención no fue esa, sino convertirme en un títere. Ahora que murió soy capaz de escribir sobre él con menos tacto, y puedo recordar (ya sin rencor) el año surrealista que viví en su casa de San Isidro, cuando él me encerraba en la cocina con candado para que no saliera al patio a fumar, o revisaba mis cuentos y me tachaba con lápiz rojo las ideas que le parecían inmorales».

Los consejos de mi abuelo facho - Hernán Casciari - Libro

$28.000
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Autor/es: Hernán Casciari
Editorial: Orsai SRL
Encuadernación: rústica
Páginas: 256
Idioma: castellano
Dimensiones: 15 x 23 cm
ISBN: 9788415525189

A sus 26 años Casciari pasó una temporada en casa de su temible abuelo Marcos y aprendió, sin querer, que los enemigos pueden salvarte.
Sobre este libro
Al final de una adolescencia tardía, el autor vivió un tiempo en la casona de su temible abuelo Marcos y allí escribió relatos que salen a la luz por primera vez. Para Casciari empezaban doce meses alucinantes tras los que acabaría convertido, ya sin retorno, en un escritor. Para su abuelo, en cambio, comenzaba el último año de su vida.

Dice Casciari
«Mi abuelo materno me ayudó a ser un escritor, pero su intención no fue esa, sino convertirme en un títere. Ahora que murió soy capaz de escribir sobre él con menos tacto, y puedo recordar (ya sin rencor) el año surrealista que viví en su casa de San Isidro, cuando él me encerraba en la cocina con candado para que no saliera al patio a fumar, o revisaba mis cuentos y me tachaba con lápiz rojo las ideas que le parecían inmorales».