Autor: Marcelo Oliveri
Editorial: Corregidor
Edición: julio de 2013
Encuadernación: rústica
Páginas: 320
Idioma: español
ISBN: 9789500520706

El lunfardo, ese lenguaje tan sabroso, trabajado con ingenio en las horas eternas del calabozo carcelario pero también en tiempos muertos menos lóbregos como los de las mesas de café o las esquinas de barrio, siempre acompañó al castellano culto rioplatense. Lo hizo medio de costado como una especie de escudero marginal que servía sólo en ciertas oportunidades, como un otro yo del doctor Merengue que debía saber permanecer oculto debajo de la ropa bien cortada, el rostro afeitado y la cabellera prolija. Porque así como debía lucir cuando se lo usaba entre pares, era necesario que se replegara cuando la charla tenía un marco social y familiar más respetable. Este papel un poco vergonzante lo cumplió siempre y en buena medida sigue cumpliéndolo. Hace mucho, un empresario teatral español socio de Darío Víttori, curioso, mordaz y socarrón, me hizo un comentario que puso en negro sobre blanco esta condición lunfardesca: me señaló que le parecía extraña la manera de hablar de Miguel Buchino, un porteño hecho por computadora, autor del célebre tango “Bailarín compadrito” y por entonces también medio secretario de Luis Sandrini. “Apenas le entiendo lo que dice pese a los años que llevo en las calles de Buenos Aires, pero la otra noche estaba en una mesa cercana a la mía cenando con su mujer y le entendí todo porque hablaba normal…”. Bingo. El galaico Pablo Bueno había dado en el clavo. El lunfardo (y sus derivados que no deberían denominarse así) configuran un código entre cofrades, fuera de ese gheto porteño y principalmente masculino –esto con claras excepciones– no sirve para nada y hasta incomoda. José Gobello estudió toda su vida estos asuntos y los ventiló para todo el mundo de manera excepcional. Pero el tiempo los fue olvidando un poco. Entonces el lunfardo, como todo lo que está vivo y pelea por no sucumbir, inventó a Marcelo Oliveri, un estudioso joven que lo agarró del pelo y a los tirones lo sacó de nuevo a la luz. Tomó la posta de su maestro y escribió 20 libros. Me honro con su amistad que generosamente salta abismos generacionales abriéndome inclusive las puertas de la Academia Porteña del Lunfardo mientras yo le cedo una columna en mi programa de radio. Como debe ser entre dos púas de ley… Rómulo Berruti Académico de Número de la Academia Porteña del Lunfardo Titular del "Sillón Amaro Villanueva" Marcelo Oliveri

El lunfardo en la cultura porteña - Marcelo H. Oliveri

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Autor: Marcelo Oliveri
Editorial: Corregidor
Edición: julio de 2013
Encuadernación: rústica
Páginas: 320
Idioma: español
ISBN: 9789500520706

El lunfardo, ese lenguaje tan sabroso, trabajado con ingenio en las horas eternas del calabozo carcelario pero también en tiempos muertos menos lóbregos como los de las mesas de café o las esquinas de barrio, siempre acompañó al castellano culto rioplatense. Lo hizo medio de costado como una especie de escudero marginal que servía sólo en ciertas oportunidades, como un otro yo del doctor Merengue que debía saber permanecer oculto debajo de la ropa bien cortada, el rostro afeitado y la cabellera prolija. Porque así como debía lucir cuando se lo usaba entre pares, era necesario que se replegara cuando la charla tenía un marco social y familiar más respetable. Este papel un poco vergonzante lo cumplió siempre y en buena medida sigue cumpliéndolo. Hace mucho, un empresario teatral español socio de Darío Víttori, curioso, mordaz y socarrón, me hizo un comentario que puso en negro sobre blanco esta condición lunfardesca: me señaló que le parecía extraña la manera de hablar de Miguel Buchino, un porteño hecho por computadora, autor del célebre tango “Bailarín compadrito” y por entonces también medio secretario de Luis Sandrini. “Apenas le entiendo lo que dice pese a los años que llevo en las calles de Buenos Aires, pero la otra noche estaba en una mesa cercana a la mía cenando con su mujer y le entendí todo porque hablaba normal…”. Bingo. El galaico Pablo Bueno había dado en el clavo. El lunfardo (y sus derivados que no deberían denominarse así) configuran un código entre cofrades, fuera de ese gheto porteño y principalmente masculino –esto con claras excepciones– no sirve para nada y hasta incomoda. José Gobello estudió toda su vida estos asuntos y los ventiló para todo el mundo de manera excepcional. Pero el tiempo los fue olvidando un poco. Entonces el lunfardo, como todo lo que está vivo y pelea por no sucumbir, inventó a Marcelo Oliveri, un estudioso joven que lo agarró del pelo y a los tirones lo sacó de nuevo a la luz. Tomó la posta de su maestro y escribió 20 libros. Me honro con su amistad que generosamente salta abismos generacionales abriéndome inclusive las puertas de la Academia Porteña del Lunfardo mientras yo le cedo una columna en mi programa de radio. Como debe ser entre dos púas de ley… Rómulo Berruti Académico de Número de la Academia Porteña del Lunfardo Titular del "Sillón Amaro Villanueva" Marcelo Oliveri