Autor/es: . Carlos Bernatek
Editorial: Adriana Hidalgo
Edición: 2013
Encuadernación: rústica con solapas
Páginas: .272
Idioma: español
Tamaño: 14 x 21 cm
ISBN: 9789874159045

Sinopsis: .Siempre dudamos en develar un secreto, si no es tan fácil de describir. ¿Cuál es el de esta novela? No cabe duda de que Bernatek se complace con una incesante apología del borde más harapiento de las vidas. Pero poco a poco, con la sapiencia de quien retoza en lo siniestro, nos va mostrando lo que encubre. Podríamos afirmar esto sin frustrar ninguna de las reflexiones de Ovi –el gran monologuista no apto para la hora del té– sobre el “buen vivir”. En verdad, se trata de un rosario de instrucciones de hondo cinismo sobre el género humano. No obstante, por su inesperado y sutil reverso, se dirigen subrepticiamente hacia una secreta consagración de la amistad, la nobleza y el amparo. El lector de Bernatek quizás pueda asombrarse por estas ficciones descarnadas, donde parece ponerse en un altar la clásica frase “el hombre es el lobo del hombre” –o de las mujeres–, y donde se expone una moral saqueadora, propia del sobreviviente o del buscavidas. Está teñida de mordacidad y cálculos de una desmesura desoladora sobre el atraco y rapiña que cada uno ejerce sobre los demás. Y con el asombro que despierta un lenguaje sólidamente fundado en el más alto nivel que pudiera obtenerse en cuanto a sordidez para rascar el fondo de las más quebrantadas pasiones, Bernatek, con paciencia de orfebre, juega con ilusorias psicopatías al presentarnos toda clase de rapiñas libidinales en continuado. Los ejercicios del megalómano sexual y las definiciones más degradadas sobre las existencias más atascadas, componen la fuerza literaria que mantiene el riesgo narrativo de esta novela. Pero su sostén no es sólo el infatigable retrato de lo subhumano, sino el recurso de asombrosas comparaciones –a fin de degradar aún más lo ya deshecho– que se convierte en un manual de instrucciones sobre cómo detonar cínicamente todo el contorno de los hombres y las cosas. Para eso hay que inventar una lengua que, en su exploración de la bajeza, logre por contraposición un redoble de lirismo furtivo. Cuando la fervorosa pululación de depredaciones morales comienza a provocar una inesperada comicidad –pues el lector incomodado por las capas de asperezas y ruindades busca en una risa nerviosa su complicidad– percibimos la magnitud del secreto narrativo de Bernatek. Es con una risa trágica que puede percibirse en la profunda contorsión moral que hay en esta novela. Bajo la crítica fastidiada a una ciudad de la que no se soporta el calor, la maldad disimulada, la timorata vileza ambiental que aflora de las vidas achatadas, hay una propuesta de rescate extraída no de un programa bondadoso o un pacto de profesionales emancipadores, sino de los estratos últimos más ultrajados de esos hombres y mujeres de la ciudad gris o del río, dolientes y ausentados de todo lo que no sea el jardín de un primitivismo de pécoras desalentadas. De allí sale la exoneración piadosa, pues supieron describirse míseramente a sí mismos, hablar hundidos en miasmas incomprensibles, ejercer sus propias crónicas biográficas como emitiendo lejanos gemidos sexuales. Bernatek les inventa un lenguaje inverosímil y pasmoso. Asusta y reconcilia a la vez. Y a través de ellos se escucha confusamente la historia de ese poblado del litoral llamado Santa Fe. No se nos puede escapar que hay menudeos secretos con su historia literaria y social. El gran relato en primera persona que sostiene el hilo denigrado de esas vidas, a cargo del sabio truhán Ovi, deja descubrir tras sus ásperas maledicencias, una cita al pasar del poeta José Pedroni o la crítica al conocido periodismo conservador y decadente del lugar. Por su voz desfilan todos los oficios de la picaresca, y en el trasfondo de todo, la Isla mítica, la pesca metafísica, los objetos devorados por el tiempo, el óxido y el agua barrosa que llega siempre. De la lejana inundación tratada con desatenta fatalidad y los villorios perdidos que salen de una modesta Biblia ajada, proviene el marco muy especial de la relación de Ovi, el cronista de su galopante sexualidad siempre alistada, con un misterioso hombre, el Quía, que durante años imaginó desde dentro de un banco un meticuloso desvalijamiento. Aquí aparece muy prontamente la callada estrella de la redención, tratando de que no se la reconozca, porque no quiere perder su cobertura viscosa, su lengua que explora un halo de miserabilidad machacona. El lector de Jardín primitivo podrá percibir, sin embargo, que las peripecias de Ovi, el encargado de un mustio hotel alojamiento, dejan entrever que las razones amorosas y amistosas más profundas las obtiene quien las va a buscar en el desperdicio, la muerte, la chacotona lascivia. Horacio González

Jardín primitivo - Carlos Bernatek - Libro

$13.80 USD
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Autor/es: . Carlos Bernatek
Editorial: Adriana Hidalgo
Edición: 2013
Encuadernación: rústica con solapas
Páginas: .272
Idioma: español
Tamaño: 14 x 21 cm
ISBN: 9789874159045

Sinopsis: .Siempre dudamos en develar un secreto, si no es tan fácil de describir. ¿Cuál es el de esta novela? No cabe duda de que Bernatek se complace con una incesante apología del borde más harapiento de las vidas. Pero poco a poco, con la sapiencia de quien retoza en lo siniestro, nos va mostrando lo que encubre. Podríamos afirmar esto sin frustrar ninguna de las reflexiones de Ovi –el gran monologuista no apto para la hora del té– sobre el “buen vivir”. En verdad, se trata de un rosario de instrucciones de hondo cinismo sobre el género humano. No obstante, por su inesperado y sutil reverso, se dirigen subrepticiamente hacia una secreta consagración de la amistad, la nobleza y el amparo. El lector de Bernatek quizás pueda asombrarse por estas ficciones descarnadas, donde parece ponerse en un altar la clásica frase “el hombre es el lobo del hombre” –o de las mujeres–, y donde se expone una moral saqueadora, propia del sobreviviente o del buscavidas. Está teñida de mordacidad y cálculos de una desmesura desoladora sobre el atraco y rapiña que cada uno ejerce sobre los demás. Y con el asombro que despierta un lenguaje sólidamente fundado en el más alto nivel que pudiera obtenerse en cuanto a sordidez para rascar el fondo de las más quebrantadas pasiones, Bernatek, con paciencia de orfebre, juega con ilusorias psicopatías al presentarnos toda clase de rapiñas libidinales en continuado. Los ejercicios del megalómano sexual y las definiciones más degradadas sobre las existencias más atascadas, componen la fuerza literaria que mantiene el riesgo narrativo de esta novela. Pero su sostén no es sólo el infatigable retrato de lo subhumano, sino el recurso de asombrosas comparaciones –a fin de degradar aún más lo ya deshecho– que se convierte en un manual de instrucciones sobre cómo detonar cínicamente todo el contorno de los hombres y las cosas. Para eso hay que inventar una lengua que, en su exploración de la bajeza, logre por contraposición un redoble de lirismo furtivo. Cuando la fervorosa pululación de depredaciones morales comienza a provocar una inesperada comicidad –pues el lector incomodado por las capas de asperezas y ruindades busca en una risa nerviosa su complicidad– percibimos la magnitud del secreto narrativo de Bernatek. Es con una risa trágica que puede percibirse en la profunda contorsión moral que hay en esta novela. Bajo la crítica fastidiada a una ciudad de la que no se soporta el calor, la maldad disimulada, la timorata vileza ambiental que aflora de las vidas achatadas, hay una propuesta de rescate extraída no de un programa bondadoso o un pacto de profesionales emancipadores, sino de los estratos últimos más ultrajados de esos hombres y mujeres de la ciudad gris o del río, dolientes y ausentados de todo lo que no sea el jardín de un primitivismo de pécoras desalentadas. De allí sale la exoneración piadosa, pues supieron describirse míseramente a sí mismos, hablar hundidos en miasmas incomprensibles, ejercer sus propias crónicas biográficas como emitiendo lejanos gemidos sexuales. Bernatek les inventa un lenguaje inverosímil y pasmoso. Asusta y reconcilia a la vez. Y a través de ellos se escucha confusamente la historia de ese poblado del litoral llamado Santa Fe. No se nos puede escapar que hay menudeos secretos con su historia literaria y social. El gran relato en primera persona que sostiene el hilo denigrado de esas vidas, a cargo del sabio truhán Ovi, deja descubrir tras sus ásperas maledicencias, una cita al pasar del poeta José Pedroni o la crítica al conocido periodismo conservador y decadente del lugar. Por su voz desfilan todos los oficios de la picaresca, y en el trasfondo de todo, la Isla mítica, la pesca metafísica, los objetos devorados por el tiempo, el óxido y el agua barrosa que llega siempre. De la lejana inundación tratada con desatenta fatalidad y los villorios perdidos que salen de una modesta Biblia ajada, proviene el marco muy especial de la relación de Ovi, el cronista de su galopante sexualidad siempre alistada, con un misterioso hombre, el Quía, que durante años imaginó desde dentro de un banco un meticuloso desvalijamiento. Aquí aparece muy prontamente la callada estrella de la redención, tratando de que no se la reconozca, porque no quiere perder su cobertura viscosa, su lengua que explora un halo de miserabilidad machacona. El lector de Jardín primitivo podrá percibir, sin embargo, que las peripecias de Ovi, el encargado de un mustio hotel alojamiento, dejan entrever que las razones amorosas y amistosas más profundas las obtiene quien las va a buscar en el desperdicio, la muerte, la chacotona lascivia. Horacio González