Autor/es: Adolfo Colombres
Editorial: Colihue
Edición: 2006
Encuadernación: rústica
Páginas: 176
Tamaño: 13 x 18 cm
Idioma: castellano
ISBN: 9509413283

Entre la muy escasa narrativa sobre África producida en América latina, esta novela se destaca especialmente por la gran intensidad y profundidad que alcanza. Es la historia de una lenta caída en los abismos del alma, que llevan al protagonista a liquidar sus bienes y partir al África Oriental en una aventura sin regreso, desdeñando los brazos solidarios que se tienden para salvarlo, y en especial el amor de una mujer. Tras algunas peripecias, que incluyen un guiño a Hemingway en un encuentro con cazadores furtivos, se interna en una zona situada al este del lago Turkana, acompañado por un joven guerrero rendille. En su larga marcha por las arenas, y acaso por el estado febril que lo consume, las tensiones del viaje se acrecientan hasta la exasperación. Hacia el final, una amarga ironía del azar, que desarma su andamiaje moral, lo hace comprender -aunque ya probablemente tarde- la inconsistencia de su sentimiento trágico, al que hubiera podido vencer situándose en la despojada perspectiva de los pueblos del desierto.

El desierto permanece - Adolfo Colombres - Libro

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Autor/es: Adolfo Colombres
Editorial: Colihue
Edición: 2006
Encuadernación: rústica
Páginas: 176
Tamaño: 13 x 18 cm
Idioma: castellano
ISBN: 9509413283

Entre la muy escasa narrativa sobre África producida en América latina, esta novela se destaca especialmente por la gran intensidad y profundidad que alcanza. Es la historia de una lenta caída en los abismos del alma, que llevan al protagonista a liquidar sus bienes y partir al África Oriental en una aventura sin regreso, desdeñando los brazos solidarios que se tienden para salvarlo, y en especial el amor de una mujer. Tras algunas peripecias, que incluyen un guiño a Hemingway en un encuentro con cazadores furtivos, se interna en una zona situada al este del lago Turkana, acompañado por un joven guerrero rendille. En su larga marcha por las arenas, y acaso por el estado febril que lo consume, las tensiones del viaje se acrecientan hasta la exasperación. Hacia el final, una amarga ironía del azar, que desarma su andamiaje moral, lo hace comprender -aunque ya probablemente tarde- la inconsistencia de su sentimiento trágico, al que hubiera podido vencer situándose en la despojada perspectiva de los pueblos del desierto.