Con respiración epistolar, sumergiéndose en un manojo de historias personales y al mismo tiempo, proyectando lo narrado entre connotadas referencias (Perón, Evita, Aramburu), la novela atrapa desde las primeras páginas. No sólo por la posibilidad de acercarse, aún desde la ficción, a quienes inspiraron algunas de estas secuencias, sino también por la cadencia con que Leticia Manauta elaboró una trama de bifurcaciones, sugerencias y climas emotivos para El Archivista.

La melancolía decanta épocas cercanas en un balneario, Villa Gessel; cierta provincia, Misiones; hasta en una emblemática mirada por esa Italia que deambula de la cruz a la estrella de David y entre algunos de sus monumentos renacentistas. Con la seducción y el simultáneo rechazo del mandato de los antepasados, la novela crece en lo sensible, añade la incógnita de sus alusiones y exhibe con cuidada tensión el sobrevuelo por epsodios nacionales en un viaje que son varios recorridos intimistas, eróticos o recatados, pero que logran determinar el latido de los personajes; como si acaso fueran alguien que uno mismo conoce, pero del que no se alcanza a ubicar su nombre. ¿Quién era tal? ¿Será acaso cuál? Y esto lo habrá de percibir el atento lector de esta ficción, que busca anclar su textualidad en los intersticios de conflictos que han marcado a quienes pueden sentirse y hasta reclamarse testigos de su tiempo: el de nuestro país, donde ninguna pasión está del todo archivista.

Y acá, la prueba de su singularidad peripecia literaria.

En un país: Italia. Deambulando entre la cruz, la estrella de David y algunos monumentos renacentistas. Historias personales con connotadas referencias a personajes reales (Perón, Evita, Aramburu). Un viaje con varios recorridos intimistas, eróticos y recatados, pero que logra determinar el latido de los personajes, haciéndolos parecer como que uno los conoce, pero no recuerda su nombre