Autor/es: John Gray
Editorial: Sexto Piso
Edición: 2022
Encuadernación: rústica con solapas
Páginas: 168
Idioma: castellano
Formato: 13 x 20 cm
ISBN: 9788418342530

Buena parte del espíritu de este ensayo, esclarecedor, como todo lo que escribe John Gray (South Shields, Inglaterra, 1948), se encuentra resumido en esa frase. Preocuparse por la eternidad es tanto como preocuparse por la muerte. Y ahí se genera la ansiedad que nos impide disfrutar del momento. En realidad, la eternidad no es la suma de segundos hasta llegar al infinito, sino la ausencia de tiempo. Esto supone que eternidad se iguala a presente, al ahora, un principio que parece regir el ánimo con el que los gatos transitan por el mundo. La preocupación por la eternidad, y por la muerte, y las formas de combatir esa preocupación, centran buena parte de este ensayo. Entrar en combate contra la preocupación supone, a su vez, preocuparse. La contradicción consecuente navega por los análisis que Gray hace de la filosofía de tantos pensadores y tantas corrientes religiosas, provocando que cada propuesta nos resulte incompleta. Atendemos a los afanes de Marco Aurelio, de Séneca, Pascal, Montaigne, Spinoza, Samuel Johnson, Buda, los epicúreos o las propuestas de religiones mayoritarias. Pero también nos habla de algunos filósofos menos conocidos, cuyo pensamiento relaciona con la actitud de los gatos pues, en ocasiones, han sido los gatos la compañía de las personas.

Gray no se queda únicamente en la filosofía. Relatos literarios y apuntes biográficos cruzan para dar al texto un contrapunto que pisa la calle, para divagar menos con abstracciones y convertir el libro en un ejemplo de humanidad.

Que la filosofía atienda a la presencia de la muerte y a su peso emocional, delata en qué consiste la esencia de los hombres, preocupados por el sentido de la vida. El ego y la mismidad nos impiden arribar a lo que Gray llama “ausencia mental”, que sería un estado de pacificación sereno: “Pasamos por nuestra vidas fragmentados e inconexos, apareciendo y reapareciendo cual fantasmas, mientras que los gatos, que no tienen yo, son siempre ellos mismos”. La entrega al pensamiento sobre el ego se vinculará a la soledad, el otro mal que nos impide habitar en el presente, pues parece ser el factor que más impide la felicidad, sea lo que sea la felicidad. Así resultamos ser, en esencia, seres angustiados, nos pasamos buena parte de la vida huyendo de nuestra propia sombra: “Hodges (nombre del gato) era para Johnson una ocasión para darse un respiro entre tanto pensamiento, o lo que es lo mismo, un alivio a su condición de ser humano.” Ni siquiera la abstracción del amor nos libra de esa angustia, pues Gray lo califica como un refugio frente a la infelicidad. Y un refugio no es un lugar donde uno quiera habitar para siempre.

El ensayo desmitifica la filosofía y atiende, sin utilizar jamás la expresión, a la estupidez humana: “Podemos mirar algo sin tocarlo, pero la vida buena no es así. Solo la conoceremos viviéndola. Si pensamos demasiado sobre ella y la transformamos en una teoría, posiblemente se disolverá y desaparecerá. Contrariamente a lo que creía Sócrates, es la vida examinada la que no merece ser vivida”. Estamos, a fin de cuentas, frente a un texto que exalta la vida sin euforia ni indiferencia, ni huidas en falso, como parecen entenderla los gatos: “somos incapaces de controlar cómo vivimos ni las emociones que sentimos. Nuestras vidas están influidas por el azar, y nuestras emociones, por el cuerpo. Gran parte de la vida humana -y de la filosofía- es un intento de distraernos de esa realidad”.

Filosofía felina - John Gray

$19.90 USD
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Autor/es: John Gray
Editorial: Sexto Piso
Edición: 2022
Encuadernación: rústica con solapas
Páginas: 168
Idioma: castellano
Formato: 13 x 20 cm
ISBN: 9788418342530

Buena parte del espíritu de este ensayo, esclarecedor, como todo lo que escribe John Gray (South Shields, Inglaterra, 1948), se encuentra resumido en esa frase. Preocuparse por la eternidad es tanto como preocuparse por la muerte. Y ahí se genera la ansiedad que nos impide disfrutar del momento. En realidad, la eternidad no es la suma de segundos hasta llegar al infinito, sino la ausencia de tiempo. Esto supone que eternidad se iguala a presente, al ahora, un principio que parece regir el ánimo con el que los gatos transitan por el mundo. La preocupación por la eternidad, y por la muerte, y las formas de combatir esa preocupación, centran buena parte de este ensayo. Entrar en combate contra la preocupación supone, a su vez, preocuparse. La contradicción consecuente navega por los análisis que Gray hace de la filosofía de tantos pensadores y tantas corrientes religiosas, provocando que cada propuesta nos resulte incompleta. Atendemos a los afanes de Marco Aurelio, de Séneca, Pascal, Montaigne, Spinoza, Samuel Johnson, Buda, los epicúreos o las propuestas de religiones mayoritarias. Pero también nos habla de algunos filósofos menos conocidos, cuyo pensamiento relaciona con la actitud de los gatos pues, en ocasiones, han sido los gatos la compañía de las personas.

Gray no se queda únicamente en la filosofía. Relatos literarios y apuntes biográficos cruzan para dar al texto un contrapunto que pisa la calle, para divagar menos con abstracciones y convertir el libro en un ejemplo de humanidad.

Que la filosofía atienda a la presencia de la muerte y a su peso emocional, delata en qué consiste la esencia de los hombres, preocupados por el sentido de la vida. El ego y la mismidad nos impiden arribar a lo que Gray llama “ausencia mental”, que sería un estado de pacificación sereno: “Pasamos por nuestra vidas fragmentados e inconexos, apareciendo y reapareciendo cual fantasmas, mientras que los gatos, que no tienen yo, son siempre ellos mismos”. La entrega al pensamiento sobre el ego se vinculará a la soledad, el otro mal que nos impide habitar en el presente, pues parece ser el factor que más impide la felicidad, sea lo que sea la felicidad. Así resultamos ser, en esencia, seres angustiados, nos pasamos buena parte de la vida huyendo de nuestra propia sombra: “Hodges (nombre del gato) era para Johnson una ocasión para darse un respiro entre tanto pensamiento, o lo que es lo mismo, un alivio a su condición de ser humano.” Ni siquiera la abstracción del amor nos libra de esa angustia, pues Gray lo califica como un refugio frente a la infelicidad. Y un refugio no es un lugar donde uno quiera habitar para siempre.

El ensayo desmitifica la filosofía y atiende, sin utilizar jamás la expresión, a la estupidez humana: “Podemos mirar algo sin tocarlo, pero la vida buena no es así. Solo la conoceremos viviéndola. Si pensamos demasiado sobre ella y la transformamos en una teoría, posiblemente se disolverá y desaparecerá. Contrariamente a lo que creía Sócrates, es la vida examinada la que no merece ser vivida”. Estamos, a fin de cuentas, frente a un texto que exalta la vida sin euforia ni indiferencia, ni huidas en falso, como parecen entenderla los gatos: “somos incapaces de controlar cómo vivimos ni las emociones que sentimos. Nuestras vidas están influidas por el azar, y nuestras emociones, por el cuerpo. Gran parte de la vida humana -y de la filosofía- es un intento de distraernos de esa realidad”.